domingo, 25 de junio de 2017

Borges y la literatura japonesa

¿Por qué "Lecturas Peregrinas"? Porque en este blog se escribe sobre las lecturas que llevan, 
o bien a otro texto, 
o a alguna música, 
a alguna pintura... 
que despiertan el deseo de investigar más...



Borges y la literatura japonesa


[La experiencia lectora de un taller dedicado al autor]


Iniciamos nuestro taller borgeano el 15 de mayo de 2017, Thelma, Hilda, Elsa, Marisa y yo. Con todas las expectativas, con todas las ganas y con todo el placer que nos producen las lecturas con algún grado de dificultad. Por eso, les recomendamos que, a la par de este escrito, lean los textos citados, porque en ellos está la magnífica belleza y la verdadera esencia de lo que queremos compartir.

El tema elegido fue “La marca del cuchillo”, basado en el primer capítulo del libro “Realidades y simulacros” de Daniel Balderston[1]. Aprendimos que las cicatrices pueden ser símbolo de heroicidad o traición. Que tienen una importancia singular en los textos clásicos, como los de Dante Alighieri, la Biblia, Cervantes, Stevenson, etc. Balderston señala como paradoja el hecho de que Borges siendo tan intelectual, pueda admirar el ambiente malevo, cuchillero, que representan para él una virtud especial: el coraje.

Leímos “El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké” del libro de Borges “Historia universal de la infamia”[2], donde la herida en el rostro de un déspota permite, años después, reconocerlo y hacer justicia por sus maldades. Borges utiliza la palabra ‘rubricar’ para describir el momento en que se hace la herida, como sinónimo de una escritura indeleble que quedará para siempre en el rostro del lastimado. En este cuento, la cicatriz ‘escrita’ en la mejilla, marca la cobardía y la traición.

Aquí floreció una vez más, la magia de nuestro taller: el sábado siguiente pasaron por televisión la película “La leyenda del Samurai – Los cuarenta y siete Ronin”. Decimos así, porque varias veces ha ocurrido que un tema que estamos tratando, surge a la par en otro medio: un libro, una entrevista, un programa radial o televisivo, una película, un documental, en Internet, etc., como si las musas literarias quisieran que profundicemos en esas memorables historias.

“La forma de la espada”[3] fue el segundo cuento de Borges, de su libro “Ficciones” que ahonda en el tema y que leímos en el tercer encuentro. En este caso, el portador de la cicatriz es un irlandés quien, además de traicionar, toma la identidad de uno de sus salvadores, durante la guerra civil en Irlanda, allá por la década de 1920. Pero la marca en su cara, la rúbrica, es una afrenta que hace que se condene a sí mismo.

Sin embargo, Balderston destaca que los conocimientos de Borges sobre Japón, le han llegado, diríamos, de segunda mano, por sus lecturas de antiguos textos japoneses recopilados por Algernon B. F. Mitford, los “Cuentos del viejo Japón”. Simbólicamente, se denomina este hecho como ‘cicatriz europea’, porque Europa fue algo así como una intermediaria entre Japón y Latinoamérica. Luego, Borges buscaría directamente una experiencia con autores japoneses, para, al fin, en 1979, viajar a Japón y conocer su cultura de primera mano.

Fue así como desmenuzamos el texto de Matías Chiappe Ippolito, titulado “La cicatriz europea. Recepción borgeana de la cultura japonesa”[4]. Este autor concuerda con Balderston en que “fueron esas lecturas europeas un primer “antecedente de la recepción” o un primer “horizonte de lectura” de la cultura japonesa desde Latinoamérica”. En cuanto a la cicatriz-la ‘rúbrica’-, ambos autores proponen que: “…toda la obra de Borges [tiene] una alta carga significativa ya que sirve para unir el terreno de las armas con el de letras”.

El artículo comienza citando a Borges: ““[Estas narraciones] son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar””. Esto implica que “Historia Universal de la Infamia” se constituye mucho menos como una transcripción de historias lejanas y exóticas que como un tratamiento de fuentes ajenas”[5]. Los cuentos y poemas de Borges (que citaremos más adelante) referidos al Japón, así lo manifiestan. De esta forma, comienza a establecer paralelismos entre la literatura japonesa y latinoamericana, introduciendo en sus relatos, temas y elementos del país nipón.

Junichiro Tanizaki escribió en 1933 “Elogio de la sombra”[6], donde argumenta que en occidente la belleza siempre ha estado ligada a la luz, a lo brillante y a lo blanco. Lo oscuro, lo opaco y lo negro, por su parte, tuvieron una connotación negativa. Sin embargo, en Japón la sombra no tiene ese aspecto, sino que es considerada como parte de la belleza. El libro explora la relación entre lo tenue, el contraluz y las tinieblas. Muestra su aspecto artístico en la cerámica, en la decoración de viviendas, en sus muros, en lámparas, en vestuarios, etc.

“De la década del sesenta en adelante, Borges se concentró en la aplicación de formas y tópicos de la literatura japonesa dentro de su propia producción…”[7]. Se supone que algunas de las primeras ideas que tomó de la cultura japonesa, fueron las de los contrastes y de los claroscuros, que aplicó en los versos y prosas breves de su propio “Elogio de la sombra”, de 1969. Introdujo además el tema de la ceguera, la vejez y la ética. En el “Prólogo” del libro, destaca la importancia de enseñar valores éticos, incluso antes que conocimientos científicos, puesto que: “La prudencia y la justicia […] corresponden a todas las épocas y a todos los lugares, somos perpetuamente moralistas y sólo a veces geómatras.”[8] Además, le anuncia al lector que sus versos apelan a la emoción poética y no a la información o el razonamiento.

Por su parte, el poema “Elogio de la sombra”, que da título al libro, menciona con una cálida belleza a la vejez y a su ceguera, donde “…convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro.”[9] Así, enumerando recuerdos, aspira a saber quién es. Aspiración, sin dudas, de muchos de nosotros.

Continuando con poemas japoneses, leímos en el taller “Diecisiete haiku”[10], del libro de Borges titulado “La cifra”. En ellos, introduce imágenes auditivas, táctiles y olfativas, no priorizando tanto las visuales, quizás por su ceguera, como acostumbran los poetas orientales. Aún así, “Los haiku borgeanos son un ejemplo de la captación del espíritu nipón…”[11]. Baste un ejemplo para ello,

“Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela”.

En su libro “La rosa profunda” de 1975, Borges incluye el poema “El Oriente”[12], que desarrolla una “suerte de catálogo de elementos asiáticos, en su mayoría producciones humanas como caravanas, sedas, versos, vasijas, naves, tés…”[13]. Pero también es un repaso por las diferentes creencias religiosas, sobre las que ironiza con este verso “¡Cuánta invención para poblar el ocio!”. Continúa el poema con retazos de hechos históricos que son, como muchos otros, los que hacen de la literatura borgeana una puerta abierta que invita a indagar, a inquirir, en cientos de lecturas más.

Seguimos leyendo a continuación el poema “Caja de música”[14], del libro “Historia de la noche”, de 1977. Es una celebración a la música japonesa que compara con gotas de miel o de oro, a cada una de sus melodías, que van renovando “…una trama eterna y frágil, misteriosa y clara.” No importa su origen para apreciarla puesto que “En esa música yo soy. Yo quiero ser”. ¿No es la mejor forma de describir lo que significa la música para nosotros?

Luego de su viaje a Japón en 1979, Borges escribió los poemas que muestran la diferencia entre los parámetros occidentales y los japoneses. Tituló “Shinto”[15] a un texto sobre el sintoísmo. Enumera en él, las “aventura ínfimas” que nos salvan de la desdicha: hechos y cosas pequeñas que como númenes o divinidades del sintoísmo nos tocan, nos alivian…y se marchan, como un soplo, como una serena caricia. Por ejemplo, “los primeros jazmines de noviembre, el olor de una biblioteca o del sándalo, una etimología imprevista…”

“El bastón de laca”[16], del libro “La cifra”, es un compendio de las miles de actividades humanas que hacen posible el disfrute de los objetos que colman nuestra vida cotidiana. En este caso, un bastón con su génesis en el bambú, en el artesano, en la historia imperial, en la filosofía, en la practicidad y, en definitiva, en una maraña de vínculos humanos que hace factible la marcha del universo. ¿Humanos?, si, aunque… “No es imposible que Alguien haya premeditado este vínculo”.

La magia del juego astrológico “El go”[17], lo representa Borges en su poema del mismo nombre, siempre en el libro “La cifra”. Un tablero que es el mapa del universo y sus fichas blancas y negras que “…agotarán el tiempo”. Un juego que es la antigüedad, es el amor y es la ignorancia de los hombres ante los númenes, la “…revelación de un laberinto que nunca será mío”.

Los poemas mencionados hasta aquí son “…como ejemplos de los temas borgeanos más recurrentes: los laberintos, la infinidad, lo ilusorio…”[18], pero aún así no son capaces, según Borges, de concebir a la cultura japonesa en todo su esplendor metafísico. Tal vez por eso escribió “Nihon”[19] (La Cifra), que podríamos traducir como ‘Nippon’: origen del sol. En estos versos, antes de enumerar elementos físicos del Imperio del Sol, señala infinitos atributos místicos “…de suerte que si pronunciamos o pensamos una palabra, ocurren paralelamente infinitos hechos en infinitas orbes inconcebibles”. Una vez más, la enumeración de los temas borgeanos, la búsqueda unida a su humildad, puesto que al fin reconoce: “En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar”.

Así y todo, “…esta necesidad de vivir la experiencia japonesa en carne propia es la perspectiva final que Borges dejó de su acercamiento a Japón, una manera no-completa de comprensión…”[20], dado que primó una experiencia latinoamericana de lo japonés, pero sin olvidar su considerable afinidad con la cultura oriental.

Con estas lecturas, con estos gratos descubrimientos y aprendizajes, con esta maravilla que es intentar el camino intrincado de la laberíntica literatura borgeana, dimos por terminado (como si eso fuera posible) el tema “Borges y el Japón”.



[1] Balderston, Daniel, Borges, realidades y simulacros, Buenos Aires, Biblos, 2000, p. 13.
[2] Borges, Jorge Luis. Historia Universal de la Infamia, Buenos Aires, Emecé Editores, 2005, p. 81.
[3] Borges, Jorge Luis, Ficciones, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 111.
[4] En https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[5]  En https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[6]  http://www.quelibroleo.com/el-elogio-de-la-sombra
[7] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[8] Borges, Jorge Luis. Elogio de la sombra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p.35.
[9] Borges, Jorge Luis. Elogio de la sombra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 95.
[10] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 71.
[11] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[12] Borges, Jorge Luis. La rosa profunda, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 255.
[13] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[14] Borges, Jorge Luis. Historia de la noche, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 68.
[15] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 68.
[16] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 64.
[17] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 67.
[18] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[19] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 75.
[20] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf