domingo, 25 de junio de 2017

Borges y la literatura japonesa

¿Por qué "Lecturas Peregrinas"? Porque en este blog se escribe sobre las lecturas que llevan, 
o bien a otro texto, 
o a alguna música, 
a alguna pintura... 
que despiertan el deseo de investigar más...



Borges y la literatura japonesa


[La experiencia lectora de un taller dedicado al autor]


Iniciamos nuestro taller borgeano el 15 de mayo de 2017, Thelma, Hilda, Elsa, Marisa y yo. Con todas las expectativas, con todas las ganas y con todo el placer que nos producen las lecturas con algún grado de dificultad. Por eso, les recomendamos que, a la par de este escrito, lean los textos citados, porque en ellos está la magnífica belleza y la verdadera esencia de lo que queremos compartir.

El tema elegido fue “La marca del cuchillo”, basado en el primer capítulo del libro “Realidades y simulacros” de Daniel Balderston[1]. Aprendimos que las cicatrices pueden ser símbolo de heroicidad o traición. Que tienen una importancia singular en los textos clásicos, como los de Dante Alighieri, la Biblia, Cervantes, Stevenson, etc. Balderston señala como paradoja el hecho de que Borges siendo tan intelectual, pueda admirar el ambiente malevo, cuchillero, que representan para él una virtud especial: el coraje.

Leímos “El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké” del libro de Borges “Historia universal de la infamia”[2], donde la herida en el rostro de un déspota permite, años después, reconocerlo y hacer justicia por sus maldades. Borges utiliza la palabra ‘rubricar’ para describir el momento en que se hace la herida, como sinónimo de una escritura indeleble que quedará para siempre en el rostro del lastimado. En este cuento, la cicatriz ‘escrita’ en la mejilla, marca la cobardía y la traición.

Aquí floreció una vez más, la magia de nuestro taller: el sábado siguiente pasaron por televisión la película “La leyenda del Samurai – Los cuarenta y siete Ronin”. Decimos así, porque varias veces ha ocurrido que un tema que estamos tratando, surge a la par en otro medio: un libro, una entrevista, un programa radial o televisivo, una película, un documental, en Internet, etc., como si las musas literarias quisieran que profundicemos en esas memorables historias.

“La forma de la espada”[3] fue el segundo cuento de Borges, de su libro “Ficciones” que ahonda en el tema y que leímos en el tercer encuentro. En este caso, el portador de la cicatriz es un irlandés quien, además de traicionar, toma la identidad de uno de sus salvadores, durante la guerra civil en Irlanda, allá por la década de 1920. Pero la marca en su cara, la rúbrica, es una afrenta que hace que se condene a sí mismo.

Sin embargo, Balderston destaca que los conocimientos de Borges sobre Japón, le han llegado, diríamos, de segunda mano, por sus lecturas de antiguos textos japoneses recopilados por Algernon B. F. Mitford, los “Cuentos del viejo Japón”. Simbólicamente, se denomina este hecho como ‘cicatriz europea’, porque Europa fue algo así como una intermediaria entre Japón y Latinoamérica. Luego, Borges buscaría directamente una experiencia con autores japoneses, para, al fin, en 1979, viajar a Japón y conocer su cultura de primera mano.

Fue así como desmenuzamos el texto de Matías Chiappe Ippolito, titulado “La cicatriz europea. Recepción borgeana de la cultura japonesa”[4]. Este autor concuerda con Balderston en que “fueron esas lecturas europeas un primer “antecedente de la recepción” o un primer “horizonte de lectura” de la cultura japonesa desde Latinoamérica”. En cuanto a la cicatriz-la ‘rúbrica’-, ambos autores proponen que: “…toda la obra de Borges [tiene] una alta carga significativa ya que sirve para unir el terreno de las armas con el de letras”.

El artículo comienza citando a Borges: ““[Estas narraciones] son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar””. Esto implica que “Historia Universal de la Infamia” se constituye mucho menos como una transcripción de historias lejanas y exóticas que como un tratamiento de fuentes ajenas”[5]. Los cuentos y poemas de Borges (que citaremos más adelante) referidos al Japón, así lo manifiestan. De esta forma, comienza a establecer paralelismos entre la literatura japonesa y latinoamericana, introduciendo en sus relatos, temas y elementos del país nipón.

Junichiro Tanizaki escribió en 1933 “Elogio de la sombra”[6], donde argumenta que en occidente la belleza siempre ha estado ligada a la luz, a lo brillante y a lo blanco. Lo oscuro, lo opaco y lo negro, por su parte, tuvieron una connotación negativa. Sin embargo, en Japón la sombra no tiene ese aspecto, sino que es considerada como parte de la belleza. El libro explora la relación entre lo tenue, el contraluz y las tinieblas. Muestra su aspecto artístico en la cerámica, en la decoración de viviendas, en sus muros, en lámparas, en vestuarios, etc.

“De la década del sesenta en adelante, Borges se concentró en la aplicación de formas y tópicos de la literatura japonesa dentro de su propia producción…”[7]. Se supone que algunas de las primeras ideas que tomó de la cultura japonesa, fueron las de los contrastes y de los claroscuros, que aplicó en los versos y prosas breves de su propio “Elogio de la sombra”, de 1969. Introdujo además el tema de la ceguera, la vejez y la ética. En el “Prólogo” del libro, destaca la importancia de enseñar valores éticos, incluso antes que conocimientos científicos, puesto que: “La prudencia y la justicia […] corresponden a todas las épocas y a todos los lugares, somos perpetuamente moralistas y sólo a veces geómatras.”[8] Además, le anuncia al lector que sus versos apelan a la emoción poética y no a la información o el razonamiento.

Por su parte, el poema “Elogio de la sombra”, que da título al libro, menciona con una cálida belleza a la vejez y a su ceguera, donde “…convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro.”[9] Así, enumerando recuerdos, aspira a saber quién es. Aspiración, sin dudas, de muchos de nosotros.

Continuando con poemas japoneses, leímos en el taller “Diecisiete haiku”[10], del libro de Borges titulado “La cifra”. En ellos, introduce imágenes auditivas, táctiles y olfativas, no priorizando tanto las visuales, quizás por su ceguera, como acostumbran los poetas orientales. Aún así, “Los haiku borgeanos son un ejemplo de la captación del espíritu nipón…”[11]. Baste un ejemplo para ello,

“Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela”.

En su libro “La rosa profunda” de 1975, Borges incluye el poema “El Oriente”[12], que desarrolla una “suerte de catálogo de elementos asiáticos, en su mayoría producciones humanas como caravanas, sedas, versos, vasijas, naves, tés…”[13]. Pero también es un repaso por las diferentes creencias religiosas, sobre las que ironiza con este verso “¡Cuánta invención para poblar el ocio!”. Continúa el poema con retazos de hechos históricos que son, como muchos otros, los que hacen de la literatura borgeana una puerta abierta que invita a indagar, a inquirir, en cientos de lecturas más.

Seguimos leyendo a continuación el poema “Caja de música”[14], del libro “Historia de la noche”, de 1977. Es una celebración a la música japonesa que compara con gotas de miel o de oro, a cada una de sus melodías, que van renovando “…una trama eterna y frágil, misteriosa y clara.” No importa su origen para apreciarla puesto que “En esa música yo soy. Yo quiero ser”. ¿No es la mejor forma de describir lo que significa la música para nosotros?

Luego de su viaje a Japón en 1979, Borges escribió los poemas que muestran la diferencia entre los parámetros occidentales y los japoneses. Tituló “Shinto”[15] a un texto sobre el sintoísmo. Enumera en él, las “aventura ínfimas” que nos salvan de la desdicha: hechos y cosas pequeñas que como númenes o divinidades del sintoísmo nos tocan, nos alivian…y se marchan, como un soplo, como una serena caricia. Por ejemplo, “los primeros jazmines de noviembre, el olor de una biblioteca o del sándalo, una etimología imprevista…”

“El bastón de laca”[16], del libro “La cifra”, es un compendio de las miles de actividades humanas que hacen posible el disfrute de los objetos que colman nuestra vida cotidiana. En este caso, un bastón con su génesis en el bambú, en el artesano, en la historia imperial, en la filosofía, en la practicidad y, en definitiva, en una maraña de vínculos humanos que hace factible la marcha del universo. ¿Humanos?, si, aunque… “No es imposible que Alguien haya premeditado este vínculo”.

La magia del juego astrológico “El go”[17], lo representa Borges en su poema del mismo nombre, siempre en el libro “La cifra”. Un tablero que es el mapa del universo y sus fichas blancas y negras que “…agotarán el tiempo”. Un juego que es la antigüedad, es el amor y es la ignorancia de los hombres ante los númenes, la “…revelación de un laberinto que nunca será mío”.

Los poemas mencionados hasta aquí son “…como ejemplos de los temas borgeanos más recurrentes: los laberintos, la infinidad, lo ilusorio…”[18], pero aún así no son capaces, según Borges, de concebir a la cultura japonesa en todo su esplendor metafísico. Tal vez por eso escribió “Nihon”[19] (La Cifra), que podríamos traducir como ‘Nippon’: origen del sol. En estos versos, antes de enumerar elementos físicos del Imperio del Sol, señala infinitos atributos místicos “…de suerte que si pronunciamos o pensamos una palabra, ocurren paralelamente infinitos hechos en infinitas orbes inconcebibles”. Una vez más, la enumeración de los temas borgeanos, la búsqueda unida a su humildad, puesto que al fin reconoce: “En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar”.

Así y todo, “…esta necesidad de vivir la experiencia japonesa en carne propia es la perspectiva final que Borges dejó de su acercamiento a Japón, una manera no-completa de comprensión…”[20], dado que primó una experiencia latinoamericana de lo japonés, pero sin olvidar su considerable afinidad con la cultura oriental.

Con estas lecturas, con estos gratos descubrimientos y aprendizajes, con esta maravilla que es intentar el camino intrincado de la laberíntica literatura borgeana, dimos por terminado (como si eso fuera posible) el tema “Borges y el Japón”.



[1] Balderston, Daniel, Borges, realidades y simulacros, Buenos Aires, Biblos, 2000, p. 13.
[2] Borges, Jorge Luis. Historia Universal de la Infamia, Buenos Aires, Emecé Editores, 2005, p. 81.
[3] Borges, Jorge Luis, Ficciones, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 111.
[4] En https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[5]  En https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[6]  http://www.quelibroleo.com/el-elogio-de-la-sombra
[7] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[8] Borges, Jorge Luis. Elogio de la sombra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p.35.
[9] Borges, Jorge Luis. Elogio de la sombra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 95.
[10] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 71.
[11] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[12] Borges, Jorge Luis. La rosa profunda, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 255.
[13] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[14] Borges, Jorge Luis. Historia de la noche, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 68.
[15] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 68.
[16] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 64.
[17] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 67.
[18] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf
[19] Borges, Jorge Luis. La cifra, Buenos Aires, Sudamericana, 2011, p. 75.
[20] https://www.bn.gov.ar/resources/conferences/pdfs/matiaschiappeippolito.pdf

miércoles, 19 de abril de 2017

El libro de la abundancia

El libro de la abundancia

Luciana leía y releía el cuento de Borges sobre un libro de arena, un libro que no tenía fin, cuyas hojas numeradas arbitrariamente se renovaban una tras otra. Creyó encontrar en él la explicación a su propio libro, tan extraño, tan inexplicable.

Tiempo atrás, como sucedía quincenalmente, Luciana cobró su salario y se dirigió a la librería de viejo. Confiaba en encontrar algo de Murakami o de Auster, los dos autores que seguía con la fruición de un buscador de tesoros. Al entrar al local, al escuchar la campañilla de la puerta, al sentir el aroma especial del papel, sonrió remedando la ilusoria librería Sempere e Hijos, tan de fantasía y tan real en el corazón de cientos de lectores.

Hurgando entre las mesas, no encontró nada que le gustara. El tiempo se escurría sin saber por dónde cuando estaba en la librería. Ya quedaban pocos clientes, ya comenzaron a bajar algunas persianas. Se sintió incómoda de ser la última. Sin querer o por un arrebato, tomó un título cualquiera, Abundancia, pagó y se fue, con la desilusión de una tarde vacía.

Llegada a casa, la hilacha de frustración se acrecentó al abrir el libro y ver que sus hojas eran dibujos de billetes, cuatro billetes por página, con su anverso y reverso, una tras otra. Dinero. No era lectura, era un sinfín de ilustraciones de eso, de dinero. Cerró el libro con enojo y con desasosiego a la vez. Gastar sus escasas monedas en un libro inútil.

Los días siguientes de trabajo y rutina, desembocaron en un fin de semana sin la motivación de un libro nuevo. Aunque tenía un libro nuevo. Se sentó de espaldas a la ventana, acomodando el suave cobertor que cubría el butacón y las llagas de su tapizado. Fue pasando las hojas y descubrió una aspereza particular, casi la misma de los billetes de verdad. Trató de despegarlas, pero no, el papel era billete y el billete era papel. Su conciencia libresca le gritó que no lo hiciera, pero algo más contundente la empujó y arrancó una hoja. Casi al instante, pudo desprender las cuatro imágenes, tenía en su mano cuatro billetes. Con toda la apariencia de ser verdaderos…una idea loca, por supuesto.

Con ese dinero tan perturbador, salió e hizo unas compras pequeñas, sudando el miedo de que lo rechazaran por falso. Pero no. Regresó con varias bolsas, había pagado sin problemas. El lunes arrancó otros billetes y se dio el gusto, el lujo, de comprar muchos libros, aunque en el arrebato no sabía bien qué compraba. Esta vez fueron todos de papel, todo normal.

Estudió otra vez el libro, de adelante hacia atrás y al revés, varias veces. Ni las hojas ni los billetes removidos dejaron un espacio vacío. Como que estuvieran ahí de nuevo. Quitó otra hoja, la separó en cuatro -¡cuatro billetes más!- y contó las páginas restantes. Más envalentonada, compró un librero de ensueño, donde sus libros se sintieron como señoritos mimados.

Encerrada en la habitación, como si temiera ser espiada, volvió a contar las hojas. Seguía la misma cantidad, las que desprendía, volvían a estar en su lugar. Repitió la prueba y se repitió la certeza: podía seguir sacando páginas/dinero sin que el número menguara. 

Entre tamaño atolondramiento, mezcla de felicidad y temor, se preguntó el significado de esta magia. No tenía texto, no tenía números, no tenía explicación…sólo una pequeñita imagen indescifrable en el extremo superior derecho de las hojas. Por eso releyó a Borges, porque el pasmoso ejemplar que Juliana tenía en las manos, le recordó a su libro de arena. Infinito, en constante movimiento de recuperación.

¿A quién contarle? A nadie, la tomarían por una desquiciada o se lo querrían quitar. Su fuente de oro, su pródigo libro, su patrimonio en páginas renovables, eran eso: suyos. Trató de ver la menor cantidad de conocidos posibles, no quería que notaran su cambio. Pasado un tiempo, se comparó con la millonaria Lisbeth Salander, quien siguió haciendo su vida normal-dentro de la normalidad de Lisbeth-, a pesar de ser dueña de tanto.

Luego de empedernidos intentos por una explicación, copió una figura parecida a la de los márgenes. Le costó varios billetes más, pero un informático averiguó que se trataba de Empanda, la diosa romana de la generosidad.

Supo que algo tenía que hacer y se inspiró en la figura profética de la caritativa Empanda. Cual príncipe feliz y su golondrina wildeanos, Juliana fue encontrando y calmando penurias ajenas. Una medicina para el niñito infectado, una pantagruélica mesa para el hambriento, unas monedas salvadoras de último minuto, unas ropas abrigadas contra la intemperie. Un hada anónima, de quien comenzó a hablarse peligrosamente en cada rincón de la ciudad. Juliana estaba a un tris de ser descubierta.

La incertidumbre de poseer todo pero estar amenazada por un imponderable, hicieron de Juliana una persona esquiva, dueña de un artificio proveedor de un ir y venir de bienestar y de terror. Alegría y aprensión, dos puntas que la trastornaban.

Por otro arrebato, en el domingo de feria de un arrabal pobrísimo, llevó el libro y, entre la bulliciosa y alborotada muchedumbre, lo abandonó sobre un montón de trastos, quizás imposibles de vender.
 
Juliana se arrebujó después en una forma de vida pasiva, relajada, dueña de sí y de su destino. Leía mucho, hasta se atrevió a escudriñar en esos mundos extraños de la filosofía, esos que Murakami y Auster ficcionaron siempre con tanta soltura. Comenzó a escribir historias de hechos que no se podían explicar.



Cada tanto, pasea por ese barrio donde dejó el libro. Las casas ya no están desportilladas, se ven pulcras, de colores alegres. Ondea al costado de la plaza la bandera de un colegio flamante. A un lado del hospital, un salón vidriado, inmenso, ostenta el cartel luminoso de Biblioteca de la Abundancia

sábado, 18 de febrero de 2017

Mariposas en la panza (II)


#historiasdeamor



Mariposas en la panza (II)

De oídas cuando niña y por las lecturas de Corín Tellado de adolescente, Alejandra siempre supo que los enamorados sienten mariposas en la panza. Tal vez no entendía qué quería decir eso, porque sólo veía el contento de los novios, los regalos, los paseos de la mano. Pero, ¿y las mariposas? ¿cómo llegaban a la panza…? Si nunca se veían revolotear alrededor de los enamorados. Bueno, alguna vez sí, alguna mariposita en la plaza o en los dibujos de cuadros románticos de las revistas. Alejandra fue creciendo, aprendiendo un sinfín de cosas, estudió, vio muchas películas, siguió leyendo novelas de amor, pero nunca encontró a las mariposas que aleteaban en la panza de los enamorados.

Y llegó el día en que Alejandra se enamoró de Alejandro. ¡¡Ahora sí!! Cuando lo veía, una sensación de cosquillas le iban y venían por la panza. No pudo saber cómo habían llegado ahí, pero no importaba, su amor era más grande que todas las dudas. El problema fue que Alejandro no sentía nada por ella. Las cosquillas se volvieron nudo. Entonces Alejandra tomó una decisión. En una tarde serena y de sol, atrapó varias mariposas, hizo una torta con ellas y convidó a su amor imposible. No veía otra forma en que las mariposas llegaran a la panza de Alejandro.

Mariposas en la panza (I)

Zenda Libros
Concurso Historias de Amor

#historiasdeamor




Mariposas en la panza (I) 

Juan no se fijaba en María, pero María se propuso conquistar su amor, como fuera. Él llegaría a sentir esas inconfundibles mariposas en la panza. ¿Mariposas? Ahí estaba la solución.
María logró atrapar a tres, vivas. Con una receta de la abuela, las durmió, las plegó por sus alas y las hizo un pequeño rollo de colores. Como si hibernaran. 
Con sumo cuidado, preparó unos bocadillos dulces, muy dulces. Bien disimuladas, les introdujo las dormidas mariposas e invitó a Juan al festín.
Ella debía estar presente cuando despertaran. Así fue como Juan, mientras degustaba y miraba a María, comenzó a sentir esas inconfundibles mariposas en la panza. 





sábado, 28 de enero de 2017

Sacheri "Aráoz y la verdad"-Cortázar "Carta a una señorita en París"

¿Por qué "Lecturas Peregrinas"? Porque en este blog se escribe sobre las lecturas que llevan, 
o bien a otro texto, 
o a alguna música, 
a alguna pintura... 
que despiertan las ganas de investigar más...


Sacheri "Aráoz y la verdad"
y
Cortázar "Carta a una señorita en París"


“Aráoz y la verdad” es un libro escrito por Eduardo Sacheri, que continúa la historia iniciada en “La noche de la Usina”. Ambos libros comparten hechos de la vida de Fermín Perlassi, con su pasado como exitoso jugador de fútbol.

La contratapa del libro explica:

'Lo que me importa es saber lo que pasó con Perlassi. La verdad. Eso quiero saber. La verdad', dice Aráoz, quien decide emprender un viaje hasta O'Connor, un pueblito que se cayó del mapa en los noventa, para encontrar a la única persona que puede revelarle qué ocurrió en el partido de fútbol que dejó afuera del campeonato a Deportivo Wilde, cuando él era apenas un chico. Eduardo Sacheri propone, en su segunda novela, una intriga donde se alternan el pasado y el presente, mientras los episodios se van encadenando en la voz de sus personajes para recrear un mundo tan íntimo como universal.Una vez más, este excelente narrador nos habla de los hombres que -como el futbolista tras la pelota- persiguen su verdad, para comprender el bien y el mal, y para redimirse incluso de sus más absolutas derrotas.
El relato va y viene en el transcurso del tiempo y, durante estos períodos, Aráoz lee “Carta a una señorita en París” de Julio Cortázar, donde el protagonista, que también se traslada, vomita conejitos, que luego alimenta y cría en su casa. Pero, al irse a vivir temporalmente al departamento de la señorita que está en París, los conejitos surgen con mayor rapidez, hasta llegar a diez, que complican su crianza en una propiedad ajena y a escondidas de la señora que limpia y cuida el departamento. El narrador del cuento es un traductor y según diversas interpretaciones, esos conejitos son inspiraciones de relatos ‘que su alma vomita’ y que, a pesar de que cuida y sustenta, hasta el momento, no se animará a escribir o publicar. La dueña del departamento se llama Andrée.

Ahora, similitudes mezcladas con diferencias, porque así son ambos relatos ¿Sacheri hace un paralelo con el cuento de Cortázar? Quizás sí, quizás no…

  • En “Aráoz y la verdad” y en “Carta a una señorita en París” los personajes dejan su casa y habitan en otro lugar durante un tiempo.
  • Aráoz busca una verdad, el escritor de la carta esconde su verdad, los conejitos. Este protagonista es un traductor, que trabaja en una oficina. ¿Quiere ser escritor y no se anima? ¿Comienza los cuentos (cuando vomita el conejito) y no los termina? ¿Por eso los desecha? ¿La casa de Andrée, con su ambiente cultural y armonioso, lo inspira a borbotones? Cuida los conejitos de noche para que la mucama no lo descubra ¿tiene vergüenza o temor de sus textos?
  • El departamento de la señorita es acogedor, fino, exquisitamente decorado por una mujer sensitiva. A la inversa, el parador de Perlassi, está preparado para estar de paso, austero, perfilado por hombres que viven solos.
  • Andrée “lo ha dispuesto todo [en su departamento] como una reiteración visible de su alma”, por el contrario, pareciera que el alma oculta, escondida, del que vomita conejitos busca esa forma inaudita de salir al exterior.
  • La habitación de Aráoz (su refugio luego de separarse de la esposa), está descripta con precisión en el libro, de la misma manera que el departamento de Andrée.
  • Aráoz en O’Connor se llena de historias, lo mismo ocurre con el departamento de Andrée de conejitos.
  • A Aráoz no lo deja dormir el insomnio, al personaje de Cortázar no lo dejan dormir los conejos y ambos transcurren sus días adormilados.
  • Aráoz se sentía identificado con el cuento, por el cambio de casa, por ocultar la pregunta que no se animaba a hacer, por los chispazos de deseos de matarse y no.
  • En ambos relatos se le da importancia a las costumbres: a los rituales del té o del mate, a las horas de tomar los alimentos y a las de descansar.
  • La relevancia del amor por la lectura y escritura en Cortázar, el interés que roza lo fanático del fútbol en Sacheri. 
  • El cuento de Cortázar tiene un final, pero deja dudas de interpretación respecto a qué son los conejos, el libro de Sacheri deja una pregunta ¿habló con Perlassi o no?
  • Aráoz encuentra su verdad, el personaje de Cortázar la oculta para siempre.



Vale recordar las preciosas metáforas que escribió Cortázar:



“...lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma”“...en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón”“...ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar”“y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve”“Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir”“como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad”




lunes, 2 de enero de 2017

Paul Auster comenta a Johannes Vermeer


¿Por qué "Lecturas Peregrinas"? Porque en este blog se escribe sobre las lecturas que llevan, 
o bien a otro texto, 
o a alguna música, 
a alguna pintura... 

que despiertan las ganas de investigar más...


Paul Auster y Johannes Vermeer





Paul Auster, en su libro “La invención de la soledad” hace referencia a un cuadro de Johannes Vermeer que denomina “Mujer en azul”, aunque esta obra también se conoce como “Mujer leyendo una carta” o “Muchacha de azul leyendo una carta”. 
Es interesante destacar los sentimientos que el cuadro inspira en Auster:

“Piensa, por ejemplo, en las mujeres de Vermeer, solas en sus habitaciones, con la luz brillante del mundo real entrando a raudales por una ventana abierta o cerrada, y la absoluta inmovilidad de aquellas soledades, una evocación casi desgarradora de la vida cotidiana y de sus inconstancias domésticas. Piensa sobre todo en una pintura que vio en el Rijksmuseum de Amsterdam, Mujer en azul, y cuya contemplación lo dejó absorto.”

 Luego, el autor cita a un crítico:


 "Tal como escribió un crítico: «La carta, el mapa, el embarazo de la mujer, la silla vacía, la caja abierta y la ventana invisible son todos recordatorios o emblemas naturales de la ausencia, de lo invisible, de otros espíritus, otros anhelos, tiempos y lugares, del pasado y del futuro, del nacimiento y tal vez de la muerte; en resumen, de un mundo que se extiende más allá del marco del cuadro, y de horizontes más grandes y más amplios que abarcan la escena que aparece ante nuestros ojos e interfieren en ella. Y sin embargo Vermeer insiste en la plenitud y la independencia del momento presente, con tal convicción que su capacidad para orientar y contener cobra un valor metafísico».

 Y, por último, Auster vuelve a sus impresiones:


“Pero más que los objetos mencionados en esta lista, es la cualidad de la luz que penetra por la ventana invisible, a la izquierda del espectador, la que con tanto ímpetu lo induce a concentrar su atención en el exterior, en el mundo que está más allá del cuadro. A. [Auster] mira con fijeza el rostro de la mujer, y a medida que pasa el tiempo, casi le parece escuchar su voz leyendo la carta que tiene en la mano. Ella, tan preñada, tan tranquila en la inmanencia de su maternidad, lee la carta que sacó de la caja sin duda por centésima vez; y allí, colgando en la pared a su derecha, un mapa del mundo, el símbolo de todo lo que existe fuera de aquella habitación: aquella luz, una luz tan pálida que raya en el blanco, bañando con delicadeza su cara y brillando sobre su blusa azul, el vientre henchido de vida y el azul bañado en luminosidad. Para seguir con lo mismo: Mujer sirviendo leche. Mujer con balanza. El collar de perlas. Mujer joven ante la ventana con un jarro. Niña leyendo una carta ante la ventana abierta. «La plenitud e independencia del momento presente.»

 Más datos del pintor:

Johannes Vermeer fue un pintor holandés, nacido en Países Bajos alrededor de 1632, en la ciudad de Delft, donde permaneció la mayor parte de su vida. Trabajó dirigiendo un hostal y un negocio como marchante de arte, heredados de su padre. Fue miembro y regente del gremio de pintores.
En 1653 se casó con Caterina Bolnes, con quien tuvo once hijos. Sus obligaciones familiares no le permitieron dedicarse por entero a la pintura ni gozar de un buen pasar económico. Quizás por eso no fue reconocido como famoso en su tiempo.
La temática de sus cuadros es la vida cotidiana, la intimidad, representadas en pocos personajes y algunos objetos específicos. Son obras que muestran la paz de las rutinas y los momentos hogareños.
La pintura de Vermeer se destaca por la iluminación y por los colores densos, brillantes, bien definidos.
Además, el artista pintó paisajes, obras religiosas y mitológicas.
Falleció en su ciudad natal en 1675.
Actualmente, es considerado como una gran figura del siglo XVII holandés, después de Rembrandt.

Otra de sus obras dio lugar a una novela: 


"En la segunda mitad del siglo XVII, el pintor holandés Johannes Vermeer inmortalizó en una tela a una bella muchacha adornada con un turbante y un pendiente de perla. Sus labios parecen esbozar una sonrisa sensual, pero sus ojos irradian la tristeza más profunda. Conocido como la "Mona Lisa holandesa", detrás de ese enigmático rostro se esconde Griet, una joven de origen humilde que a los dieciséis años entra a trabajar como doncella en casa del artista a cambio de un mísero salario. Su extraordinaria sensibilidad y el cuidado que pone en todo lo que toca atraen al maestro, quien poco a poco la introduce en su mundo, un paraíso inundado por una luz mágica y poblado por criaturas femeninas de singular belleza. La joven de la perla es la historia de una fascinación, de cómo surge un sentimiento que se mueve entre la admiración y el amor."